(Noche de la presentación de
“Cartas para reinas de otras primaveras”)
Llegas con tu traje dominguero
y un toque manierista en la manga derecha.
Antes de subir te vas al bar
por otro toque que te amarre a la cordura
y te plante una sonrisa para el público.
Ya estás aquí: la bella mansedumbre
en el rostro compuesto ante el aplauso.
Escuchas la palabra del amigo
y observas la escena pronto al sacrificio.
Lentamente el sacramento se sucede
y tu sonrisa abre una página:
la primavera se nos entra a codazos
con esos ciegos vagabundos tuyos
del número once.
Lees
como quien juega a recoger las ramas
del árbol desgajado frente a la clínica.
Porque tú cuentas que vienes saliendo,
y nada prometes, pero todos creemos:
la primavera es a veces una joven hermosa.
Amigo de este Santiago del Último Extremo,
si pudieras verte de nuevo al día siguiente,
expatriado de los bosques de la provincia
y sin tus tréboles de cuatro hojas,
sucumbiendo hasta el cuello en todos los vasos
del número once.
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