VALLE DE LA LUNA
Hemos dejado absortos relojes
y empujamos el gesto hacia la sal.
El sol ahueca pisadas sobre un lecho de pájaros
inmóviles.
Las manos yermas deslizan sombras
divididas sobre la piedra.
Avanzamos sobre un fuego
que nos absuelve
sin levantar los ojos.
El silencio asciende como una vela
y dejamos de ser
y navegamos.
SAN PEDRO DE ATACAMA
In memoriam P. Gustavo LePaige
Sólo que para entrar al mediodía
con el sol renegando
y la muerte por ahí que destila oquedad,
hay que sentirlo, dicen.
Porque ya no están los ojos
y sí la negra masa de los siglos sobre la frente.
Aquello se mueve detrás de las tablas de madera de cactus
atisbando por los agujeros
o debajo de la cama que guardaba sus últimos secretos.
Y afuera un día terso sobre la arena ciega.
Pero entrar de noche no se puede:
ya las sombras recuperan colores
y las pequeñas momias tuercen la cabeza.
Entonces la noche sonámbula proscribe todas las lámparas.
Los sobrevivientes elevan plegarias en cuartos pintados de azul
y una hilera de pimientos tiembla
junto a muros calcinados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario