Taconeando sobre los disparejos adoquines del paseo Ahumada, Francisca se disponía a bajar al metro cuando se le atravesó una mujer de grandes dimensiones que llevaba colgado de su brazo a un hombre pequeñito, de gafas, y calva reluciente.
Francisca se quedó contemplándolos unos segundos, pasmada de corroborar una vez cuán admirablemente funciona en la naturaleza la ley de las compensaciones.
Muy buena, jaja. En el metro se ven muchas de esas compensaciones.
ResponderEliminarsí, es cierto.
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