9.6.12

SAN PEDRO DE ATACAMA




In memoriam P. Gustavo LePaige



Sólo que para entrar al mediodía
con el sol renegando
y la muerte por ahí que destila oquedad,
hay que sentirlo, dicen.
Porque ya no están los ojos
y sí la negra masa de los siglos sobre la frente.
Aquello se mueve detrás de las tablas de madera de cactus
atisbando por los agujeros
o debajo de la cama que guardaba sus últimos secretos.
Y afuera un día terso sobre la arena ciega.

Pero entrar de noche no se puede:
ya las sombras recuperan colores
y las pequeñas momias tuercen la cabeza.

Entonces la noche sonámbula proscribe todas las lámparas.
Los sobrevivientes elevan plegarias en cuartos pintados de azul
y una hilera de pimientos tiembla
junto a muros calcinados.




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