INVISIBLE, VIENDO CAER LA
NIEVE.
DE
ALEJANDRA BASUALTO.
Por Rolando Rojo
Tengo en mis manos la antología del
X Concurso Nacional Cuento y Poesía Javiera Carrera, año 1987. En ella aparece
la fotografía de una joven Alejandra, ganadora de un segundo lugar con el cuento “Acantilado” y, al interior del libro, la misma Alejandra,
ahora con el seudónimo de “Gregorio Samsa”, ganadora del segundo lugar en
poesía con su poema “Desde el Puente”.
Sin duda, una señal inequívoca de lo que Alejandra Basualto conseguiría
en la literatura chilena. Era
ambidextra, chuteaba con las dos piernas: poesía y prosa. Y lo hacía bien. Hoy,
con “Invisible, viendo caer la nieve”,
lo hace desde el terreno de la novela y, nuevamente acierta fama.
“Invisible,
viendo caer la nieve”, es una novela de estructura meditada y moderna.
Lejos de la narración lineal y del narrador omnisciente, aquí son los
personajes, a través de monólogos
interiores, del discurso directo o de un diario de vida los que, combinados con
el narrador externo nos relatan la historia. Esto permite una sinfonía de voces
y, a la vez, la sitúa entre las características de la novela moderna que
establecen como fundamental, el punto de vista de los personajes, en vez del
narrador lógicamente privilegiado, aunque ello conlleve una inseguridad
constitutiva que, en todo momento puede ser reafirmada o negada.
El tiempo de la historia abarca un
lapso considerable, pero, sobre todo, determinante en la vida nacional. Se inicia
en la década del sesenta donde, en nuestro país y el mundo, corren vientos de
libertad y de cambios estructurales, donde la esperanza en un mundo mejor agita
banderas y conciencias, “el tiempo mágico de creer en todas las utopías”.
Continúa con el triunfo del gobierno popular, el golpe de estado del 73 y la
larga noche de la dictadura militar; y concluye con la recuperación de la
democracia en los noventa.
Lo inicia Ángela, la hija menor de
la familia Echeñique–Wilson, latifundistas de la zona central. Asistimos en las primeras páginas, a la muerte del
patriarca, Félix Echenique, “viejo duro, señor de las tierras y las aguas,
abatido como un piano antiguo” y a los bosquejos de la personalidad de la hija
menor, rebelde, tenaz, decidida, tan
diferente a sus hermanos mayores Francisco y Javiera que “estudian carreras
tradicionales y desagravian al padre por
los malos ratos que causa la hija menor,
a toda la familia”. Sin duda, “la oveja negra”. A partir de ahí, el relevo narrativo lo irán haciendo familiares
y amigos de los Echenique Wilson. Principalmente, Regina, esposa de Francisco y
admiradora de la personalidad de su cuñada. Y dos personajes que se constituyen en el eje de la narración:
Max, actor de teatro y Antonio, “el bello Antonio”, ex pololo de Regina. Y he aquí una de las
virtudes de esta novela. Las diferentes historias se van entretejiendo hasta
constituir un mosaico fina e inteligentemente elaborado: la hebra que aparece
un capítulo anterior se enlazará
magistralmente con otra de un capítulo posterior y todo va tomando forma
coherente en la cabeza del lector. La prosa
transparente, ágil y sugerente, hace que el lector no pueda dejar de
leer hasta el final. Las descripciones,
como vienen de una cantera poética, nos impactan con su belleza: “Ha dejado de llover y cientos de gotas palpitan sobre las hojas, como si fueran aritos de
plata”. Suma y sigue. Otra notable característica es la sutileza, la
delicadeza con que se abordan algunos temas como: el despertar sexual de
Ángela, la relación de amistad entre Max y Antonio; el sentimiento de Ángela
hacia Max; la íntima confesión que Max
hace a Ángela.
¿Y qué le ocurre a esta familia para
que sus aventuras y desventuras nos conmuevan como ficción? Nada más y nada menos, que lo mismo que le
sucedió a millares de compatriotas que vivieron -a favor o en contra-, el
triunfo de la Unidad Popular
y la intención de construir el socialismo en nuestra patria y luego, -de nuevo
a favor o en contra- el golpe de estado de 1973.
Escribo esto como si todo hubiera sido normal. Pero nada de lo que ocurrió fue
normal. La historia reciente trastocó y trastornó la vida de los ciudadanos,
sus repercusiones llegan hasta nuestros días. Aunque se hagan discursos y plegarias
para que olvidemos, para que busquemos
el camino de la reconciliación, para que los escritores abandonen estos temas
“que dividen”. Las heridas, no obstante,
son muy profundas y siguen sangrando. En las páginas de “Invisible, viendo caer la nieve”,
asistimos a la persecución de los opositores al régimen militar, a la
solidaria acción de aquellos que arriesgaron la vida ofreciendo ayuda, un
refugio, una mano que rescatara al perseguido de la muerte o la tortura.
Asistimos a una de las peores torturas imaginadas por el cerebro de los que se
creen omnipotentes: el exilio, el ver caer la nieve, sin que nadie repare en el
que, con el corazón apretado, la observa en un país ajeno. Asistimos al
vaciamiento de todo lo que daba sentido a la existencia, hasta transformarnos
en seres agobiados por la memoria, por
el recuerdo, por la nostalgia, por la mirada ausente a través de la ventana.
Dos de los personajes de esta novela, Max y Antonio, ayudados por Ángela y
Regina, parten al exilio a Canada, Montreal, y después que la infamante letra L
de pasaporte desaparece, regresan a Chile. Pero ya nada será como antes. Se
sienten extranjeros en su propia patria. No logran reconocer ni reconocerse en
estas calles, en la tonalidad de estos lenguajes y paisajes, entre sus propios
compatriotas.
La novela de Alejandra Basualto es
más que esto. Es la historia
sentimental, sicológica y emocional de dos mujeres que, en el transcurso
de la narración van creciendo como seres humanos, con aciertos y
contradicciones, con dolores y alegrías,
con sus penas, con pasado y nostalgias,
con indecisiones y decisiones hasta constituirse en personajes inolvidables:
Ángela y Regina. Una de ellas, Regina, conviviendo con un hombre que ha
diseñado su vida en el triunfo, un trabajólico que se siente a sus anchas en el
mundo competitivo instaurado por la dictadura, el mundo del consumismo
desenfrenado y que es feliz con sus autos últimos modelo, su casa en un sector
privilegiado de la ciudad, su poder económico. Y ella enfrenta la frustración
hogareña, aferrada al recuerdo de un amor juvenil y al cariño de su hermanita
enferma a la que asiste y acompaña hasta la muerte. Por su parte, Ángela, fiel
a su inclinación libertaria, se integra al mundo del arte, es actriz, casada con un actor y madre de un
niño, Marcos. Ángela siente que su deber en la tragedia nacional es
solidarizar, es arriesgar el pellejo para
salvar la vida de los que están
en peligro. Pero también siente el impacto de la tragedia y su carácter
animoso, alegre, vital, declina: “Esa mujer valiente y luchadora se desmoronaba
ahora ante sus ojos. La vio debatirse infructuosamente como si tratara de juntar sus pedazos para rearmarse”.
Finalmente, la lectura de
”Invisible, viendo caer la nieve” nos inserta en una historia que tamizada por
la belleza de la literatura, nos refresca la conciencia y nos recuerda de dónde
venimos, qué somos, cuáles son nuestros
deberes para que la verdad histórica se imponga y emprendamos el verdadero
camino del desarrollo como sociedad. Un gran aporte de Alejandra a la
literatura nacional que viene a coronar
años de oficio, de constancia y de
dedicación al arte.
Recién había hecho un comentario, pero pinché en vista previa y desapareció. Allí te decía que leí tu libro hace algún tiempo y lo disfruté a concho. Me parecen muy acertadas las apreciaciones de Rolando Rojo. También me encantó una entrevista radial sobre Invisible...que recién termino de escuchar. Admiro tu versatilidad: poeta, narradora, tallerista, editora. ¡Fantástico! Me gustó además que recordaras a Miguel Arteche, fue también mi maestro, generoso y humano, difícil de olvidar.
ResponderEliminarUn abrazo para ti, Alejandra, que sigas por este camino arduo y hermoso de las letras.
Ana María Vieira