28.6.12

Comentario a Invisible, viendo caer la nieve, por Diego Muñoz Valenzuela


Invisible, viendo caer la nieve, de Alejandra Basualto
martes, 26 de junio de 2012
Por Diego Muñoz Valenzuela
 La trayectoria literaria de Alejandra Basualto recorre con dedicación y oficio los territorios de la poesía y la narrativa, y; por primera vez- los dominios de la novela.
A sus seis libros de poesía y tres volúmenes de cuentos, se suma su constante trabajo como directora de talleres y el -como lo llamaría un descendiente de los Chicago boys- la difícil senda del emprendimiento editorial.
Invisible, viendo caer la nieve, sugerente y acertado título por cierto, es una novela que aporta a la historiografía literaria de Chile, específicamente a uno de sus momentos más y difíciles y claves: aquel que va desde los turbulentos finales de los años 60 -el caldero donde cocinan las ansias de un cambio radical de la sociedad- el triunfo de la Unidad Popular y los largos y siniestros años de dictadura, hasta situarse en momentos posteriores al retorno de la democracia. Hay quienes dirán -desde el prejuicio ciego o por mero interés ideológico-: he aquí otro libro más sobre esta historia vieja, pasada, añeja que debiéramos olvidar para seguir avanzando al desarrollo. O algo similar. He escuchado decir esta necedad demasiadas veces, y todavía sigo oyéndola, por desgracia. Otros aplaudiremos sin reservas este aporte de Alejandra Basualto, pues viene a sumarse a un conjunto de visiones -en mi opinión todavía escaso sobre este periodo de nuestra historia. Falta mucho por escribir, leer y reflexionar. En Alemania o España el arte vuelve una y otra vez, sin pausa, a hacerse preguntas fundamentales sobre los traumas experimentados en la primera mitad del siglo pasado, en esas terribles guerras de exterminio. No vamos a aprender de nuestra historia sepultándola en el
olvido. Los ogros y los monstruos siguen allí, al acecho, esperando una nueva oportunidad, camuflados, y no vacilarán a la hora de esgrimir sus cuchillos cuando lo estimen necesario. Pero la historiografía literaria es distinta a la historia.
Podemos pensar que la literatura -en su compleja y tirante relación con la realidad- le es muy fiel en un sentido más profundo que lo meramente circunstancial. Es decir, hay más verdades en la novela que en la historia, por decirlo de manera aventurada. Hoy muchos historiadores consideran a la literatura como una fuente primaria de información valiosísima, y promueven la lectura de textos de ficción para estudiar la realidad con más hondura. Este justamente es el caso de la novela Invisible, viendo caer la nieve. En sus páginas encontramos una interesante visión -real y ficcional al mismo tiempo, en la línea planteada- que muestra el periodo histórico referido, resaltando los efectos de la grave fractura social causada por el horror de la dictadura. Las graves consecuencias de la supresión del estado democrático, añadidas a los cambios estructurales aplicados a la administración y rol del estado, así como a la organización económica para imponer un esquema liberal a ultranza, han dejado una impronta imborrable en nuestra historia y en el país todo, y un estado de cosas difíciles de modificar -una suerte de trampa sistémica muy  imbricada- fuertemente asentada en la constitución, la organización del estado, el poder económico y comunicacional, y
nuestra anémica democracia. A propósito de estos planteamientos, me viene a la memoria la ocasión en que mis hijos -alrededor de los diez años- me escucharon afirmar en una conferencia que el hecho más importante de mi vida -aquel que la marcaba de manera indeleble- era el golpe militar. Terminado el evento, me increparon severamente; a ellos les parecía mejor respuesta que lo más importante en mi vida había sido su alumbramiento. Después tuve que dar tortuosas explicaciones y compensarlos por este desaguisado, pero aquello me dio bastante que pensar. No renegué de mi afirmación, pero tuve que justificarla y narrarles lo que nos correspondió vivir. Las consecuencias de un hecho tan grave y tan sostenido en el tiempo -casi dos décadas- ameritan una declaración como esta. Creo que logré convencer a mis hijos. Por cierto que se requieren muchos libros como el de Alejandra Basualto. Invisible, viendo caer la nieve actúa como un caleidoscopio que integra vidas y visiones fragmentarias, sumándolas dentro de un sistema mayor que representa un grupo de personas que sufren las consecuencias de la persecución, la represión y el exilio, o bien que pretenden ignorar esta realidad o justificarla. De este modo se produce una transversalidad en esta mirada a nuestra historia reciente, aunque no se trate de una observación neutral, ni mucho menos. La novela no recae en pormenores ni históricos ni ideológicos, que podrían darle un carácter denso y de difícil
lectura, sino que aborda su tema desde la vida misma de sus personajes, un conjunto heterogéneo de mujeres y hombres, con variadas ocupaciones, orígenes y posiciones sociales. No obstante, en la trama priman personas vinculadas al quehacer teatral, que son justamente quienes sufren los rigores más extremos de la represión. También aparecen personajes que, debido a su origen, tradición y posición social, buscan distanciarse de quienes han sido marcados con el sello de la persecución. Este distanciamiento -fiel reflejo de la realidad vivida en aquellos años oscuros- se manifiesta en la indiferencia y temor de los personajes que prefieren ignorar el terror que se manifiesta ante sus propios ojos. Invisible, viendo caer la nieve corresponde a la metáfora exacta de quienes -para salvar sus vidas mediante la condena al extrañamiento- fueron trasplantados a sitios geográficos no solo distantes, sino que con culturas muy diferentes a la de Chile. En las calles cae la nieve que los exiliados chilenos observan, aunque nadie los vea a ellos. Están condenados a no ser vistos en una sociedad de la que jamás llegan a formar parte de verdad, entrampados en el eterno sueño del regreso a la patria, y al mismo tiempo no integrados a aquella sociedad tan
diferente, aunque sea la que los acogió para salvarlos. En la trama de nuestra novela se entrecruzan amores fracasados o imposibles, no correspondidos, sueños irrealizables, abandonos y dolores indecibles, amistades indestructibles, así como amor y lealtad en sus formas más sublimes. Un retrato hondamente humano de estos momentos tremendos cuya presencia continúa manifestándose a través de sus concretos efectos en nuestra sociedad. Y junto con ello, la esperanza de que vaya imponiéndose la verdad histórica más allá de los intereses y los prejuicios, pues allí está clave de la superación y el desarrollo auténtico al que Chile debiera aspirar. Esta novela que suma un notable hito a la trayectoria de una escritora que ha destacado por su oficio, su constancia y su dedicación a la literatura.
Invisible,viendo caer la nieve, de Alejandra Basualto. Novela. Ed. La Trastienda, 2012, 194 pp.
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10.6.12

YOCASTA



A mi hijo Cristóbal


Cuando Edipo terminó de comer su pastel de manzanas, Yocasta, o Gioconda -(nunca me aprendí bien su nombre)-, retiró el plato con esa dedicación propia de las madres y le pasó una servilleta de papel para que se limpiara la boca.  Lo miró con arrobamiento hasta que una nubecilla gris, como esas neblinas que de pronto cubren los bosques costeros, le fue templando la mirada mientras oía el sonido del teléfono.  Se abalanzó sobre el aparato y lo levantó con cautela.  Una melosa vocecita nórdica la saludaba con desparpajo: 'Hola, tía, ¿está Edipo? (Larga pausa a este lado de la línea, para dar mayor dramatismo a la acción).  Yocasta estruja el enorme ovillo de celos que le retuerce las entrañas y con su voz más ponderada responde: 'Sí, mijita; lo llamo'.
            Edipo ya se ha puesto de pie y con la mirada radiante se dirige raudo hacia el teléfono de su dormitorio.  Cierra la puerta y espera hasta que Yocasta cuelgue para responder.  La noble progenitora se queda allí, tumbada en el sillón del living, sin saber qué hacer.  Luego se va a su propio dormitorio, saca un pañuelo de fina seda del closet y comienza a morderlo con fruición.  Enciende el televisor y observa cómo una bella y rubia adolescente mueve provocativamente sus caderas frente a un joven alto y musculoso que la coge por la cintura al ritmo de la lambada.  Pero Yocasta sólo está atenta al lento deslizarse de los números rojos que se van sucediendo implacables en el reloj del velador.  Las diez y treinta, las diez cincuenta; finalmente el clic a las once y cinco.  Rápidos pasos hacia la puerta de calle le indican que la velada familiar nocturna -Edipo recostado sobre su falda, ella acariciándole la cabeza, y cine de medianoche en el televisor- eran sólo recuerdos de otras épocas.
            -Chao, mamá.  Voy a salir -apenas se oye tras el golpe seco de la puerta de calle.
            Yocasta, resignada, va hacia el refrigerador, se sirva un enorme vaso de diet cocacola, y se toma un diazepam.  Enseguida se desviste y contempla en el espejo la marchita realidad; se enfunda en su camisa de dormir y entra en la cama con desgano.  Apaga la luz, y mientras se va hundiendo en el sopor, ve a Edipo bailando con la rubia de la televisión.

          Al día siguiente, tras constatar que Edipo duerme plácidamente en su cama, Yocasta se ducha animosa mientras planea su día.  Cumpleaños de la reina madre.  Habrá que escoger con cuidado el menú para la cena a la luz de las velas, ceremonia privada y estrictamente, familiar.  Con Layo lejos, en viaje de negocios, ha pensado que es preferible celebrar este día en la más completa intimidad, a solas con su hijo unigénito, que ha prometido estar temprano en casa.
          Se viste primorosamente, se maquilla con cuidado y se dirige al Jumbo en busca de ostras frescas y otras exquisiteces.  Elige un camembert francés legítimo, baguetes, aceitunas de Azapa y los más pequeños pepinillos en 'dill'; recorre las estanterías de los vinos, seleccionando dos botellas de Miguel Torres Bellaterra para acompañar las ostras. ¡Ah! y Sangre de Toro para el asado; no olvidar los ingredientes para el postre, que preparará con sus propias y delicadas manos.
El día se consume en los preparativos la cena, nueva ducha y cambio de atuendo. La mesa puesta, las copas de cristal de las ocasiones especiales y la vajilla heredada de la suegra. (No sé por qué me acordé de la suegra en este momento tan trascendental en la vida de mi protagonista, pero continuemos el relato).
          Edipo guardó la bicicleta en el garaje y saludó a Yocasta con un beso distraído.  De pronto, al verla tan almidonada y compuesta, recordó.
          - Mamá, perdona, se me olvidó y no te compré nada.  Te lo debo, viejita.
          Yocasta sonríe comprensiva. ¿Qué podría importar un regalo ante la dicha de tenerlo una velada completa para ella sola?
          - Hijo, dúchate y cámbiate de ropa. ¿Por qué no te pones un poquito de ese Drakkar Noir que te di para la Pascua? - dijo ella mimosa.  Edipo sonrió y obedeció con presteza.
          A las nueve todo estaba listo.  Edipo lucía encantador mientras procedía a descorchar la botella del aperitivo.  De pronto, el timbre.
          -¿Quién podrá ser? -preguntó Yocasta contrariada, mientras Edipo salía hacia la reja.
            Tardó varios minutos y, cuando regresó, le brillaban los ojos.  Con una sonrisa despreocupada anunció:
   -Mamá, Grete pasaba Por aquí, y la invité a comer porque después saldremos a una fiesta. 





9.6.12

SAN PEDRO DE ATACAMA




In memoriam P. Gustavo LePaige



Sólo que para entrar al mediodía
con el sol renegando
y la muerte por ahí que destila oquedad,
hay que sentirlo, dicen.
Porque ya no están los ojos
y sí la negra masa de los siglos sobre la frente.
Aquello se mueve detrás de las tablas de madera de cactus
atisbando por los agujeros
o debajo de la cama que guardaba sus últimos secretos.
Y afuera un día terso sobre la arena ciega.

Pero entrar de noche no se puede:
ya las sombras recuperan colores
y las pequeñas momias tuercen la cabeza.

Entonces la noche sonámbula proscribe todas las lámparas.
Los sobrevivientes elevan plegarias en cuartos pintados de azul
y una hilera de pimientos tiembla
junto a muros calcinados.