27.1.14

VALLE DE LA LUNA



Hemos dejado absortos relojes

y empujamos el gesto hacia la sal.

El sol ahueca pisadas sobre un lecho de pájaros

inmóviles.

Las manos yermas deslizan sombras

divididas sobre la piedra.




Avanzamos sobre un fuego

que nos absuelve

sin levantar los ojos.

El silencio asciende como una vela

y dejamos de ser

y navegamos.




SAN PEDRO DE ATACAMA
In memoriam P. Gustavo LePaige



Sólo que para entrar al mediodía

con el sol renegando

y la muerte por ahí que destila oquedad,

hay que sentirlo, dicen.

Porque ya no están los ojos

y sí la negra masa de los siglos sobre la frente.

Aquello se mueve detrás de las tablas de madera de cactus

atisbando por los agujeros

o debajo de la cama que guardaba sus últimos secretos.

Y afuera un día terso sobre la arena ciega.





Pero entrar de noche no se puede:

ya las sombras recuperan colores

y las pequeñas momias tuercen la cabeza.





Entonces la noche sonámbula proscribe todas las lámparas.

Los sobrevivientes elevan plegarias en cuartos pintados de azul

y una hilera de pimientos tiembla



junto a muros calcinados.