20.7.15

GUAYACÁN



Esos días se me van quedando a oscuras,
ocultos bajo el polvo, diseminados
por nueva servidumbre. Otra luna
esparce hoy las cenizas de su vieja mano.

La noche traía caballos repentinos
que me llamaban desde la ventana:
sus terribles ojos horadando los postigos
y su respiración sobre mi almohada.

Tras el muro un jinete sombrío
desvelaba los sueños de la medianoche
y en el viento sembraba los signos
que en la niñez las penumbras recogen.

A veces los piratas rondaban por la casa
y un olor a barcos subía las colinas
y yo sabía -y sé- que allá en la playa
todavía buscan la luz escondida.

Entonces despertaban los naranjos
y el perfume de diez mil estrellas
me temblaba en la palma de la mano,
cuajando en el lecho mi mitad de tierra.

Las madrugadas son ahora silenciosas,
los árboles dialogan en secreto;
pero a veces, debajo de las sombras,
vuelvo a encontrar aquel antiguo miedo.