7.12.18

ALEJANDRA BASUALTO: PREMIO LETRAS DE CHILE 2018




Agradezco representar a Letras de Chile en el acto de premiación de Alejandra Basualto, amiga, gran escritora, que se ha mantenido siempre en un camino creador de sus propias obras, pero también en el de tantos que encuentran en sus talleres apoyo y estímulo, siempre necesarios, y que implican mucha generosidad de tiempos, de ideas, de lecturas, relecturas y comentarios, en el largo camino a descubrir sus propias voces.
Con Alejandra nos conocemos desde hace muchos años, no solo porque pertenecemos a la misma generación, sino porque nuestros pasos nos fueron llevando por caminos similares. Desde distintas historias y lugares, nos encontramos en los años 80 en el Departamento de Literatura del campus La Reina de la U. de Chile. Creo que gracias a que una querida profesora, Teresa Lira, sopló nuestros nombres, fuimos parte de los talleres de José Donoso, en aquellos años de dictadura.
Recordando esa experiencia después de varias décadas, y más allá de lo propiamente creativo y de lo que pudiera significar estar con un escritor como Donoso, sin duda lo más profundamente rescatable es que se constituyó como un “espacio de libertad”, en un contexto de años terribles en que todo lo negaba.
Y, en una última coincidencia, amamos los gatos y ellos también nos aman.
Narradora y poeta de alto vuelo, Alejandra ha mantenido desde muy niña y sin titubeos, su opción por la escritura y la lectura, por esas palabras que construyen y mantienen nuestras vidas, que sostienen incesantes conversaciones con nosotros mismos y con otros, con ese mundo que queremos entender, pero también cambiar, porque la literatura cumple un rol fundamental al contar y mostrar algo que buscamos confusamente, pero con la seguridad de que en algún recodo nos espera. Y, gracias a la literatura, podemos ponerle nombre, sacralizar su existencia, hacerlo nuestro.
Autora de numerosos libros, su obra ha sido traducida al inglés, danés, francés, italiano, mapudungun, entre otros idiomas. Su nombre está presente en numerosas revistas, antologías de cuento y de poesía, tanto chilenas como de EE.UU., Canadá, México, España, Dinamarca. En 2009, como parte de mi trabajo en el Ministerio de Educación, hice una antología de cuento y poesía dedicada solo a escritoras chilenas, que titulé “Mujeres de palabras”, en la cual está Alejandra con un bellísimo cuento, El pez dorado.
Alejandra ha participado como jurado en innumerables concursos de prosa y poesía, tiene a su haber muchos y merecidos premios por su obra; se ha desempeñado en tareas académicas en universidades del país y del extranjero. Como parte de Letras de Chile ha participado en proyectos realizados en escuelas públicas del país, con talleres orientados a estimular la escritura y la lectura de jóvenes estudiantes.
Durante más de tres décadas ha mantenido activos sus talleres generosos, realizados en su maravillosa casa, con tantos árboles y con tanta historia, por los cuales han transitado innumerables “aprendices de escritor”. Desde los años 90 su editorial La Trastienda ha publicado y sigue haciéndolo a muchos de sus pares, y también a sus talleristas, en bellas y cuidadas ediciones.
Como narradora, ha incursionado con éxito en el cuento, el microcuento y la novela. Entre sus libros de cuentos están La mujer de yeso, Territorio exclusivo y Desacato al bolero.
Su novela Invisible, viendo caer la nieve, cubre un largo periodo histórico del país, desde los inolvidables, épicos y utópicos sesenta, hasta los noventa; desfilan por sus páginas la elección de Salvador Allende y la Unidad Popular, la dictadura, la democracia, al fin, aunque “dentro de lo posible” …
Los personajes discurren en medio de esos avatares, porque la vida continúa siempre, a pesar de todo. Despliegan sus voces en una especie de sinfonía desacompasada, que se expresa en monólogos que van y vienen, que se entrecruzan y superponen, cada uno entregando una visión y una versión, desafiándonos a contrastarlas con las nuestras.
Al ámbito de la poesía pertenece su primera publicación, Los ecos del sol; otros títulos son El agua que me cerca, Las malamadas, Altovalsol, Casa de citas, Antología personal 1970-2010, Cuchillos.
En sus propias palabras, Alejandra dice que “La poesía llegó conmigo junto a la magia y al desarraigo” (…) “La magia y el desarraigo forman parte de mi proceso creativo como el corazón y los pulmones tienen que ver con el cerebro. La interacción entre los tres aúna lo que soy, lo que fui y lo que seré”.
Quién podría negar que es un acto de magia construir ese edificio de lo que reconocemos como poesía, como literatura, solo con palabras, siempre dispersas, pero que quien escribe las convoca y las ordena de la manera precisa para que se conviertan en significados que volvemos propios, porque resuenan en ellos nuestras propias vidas, iluminando esos rincones que aún no habíamos descubierto.
La poesía de Alejandra ha ido siempre por un camino de creciente profundidad y gran condensación poética; de ahí su capacidad de despertar múltiples lecturas y asociaciones, en tanto toca temas centrales de nuestras vidas.
Quiero terminar este merecido reconocimiento y celebración de Letras de Chile a nuestra querida Alejandra, leyendo algunos breves textos de su autoría. El primero muestra un rasgo presente en muchas de sus obras. En líneas generales, estamos entrenados para leer como poesía aquello que está escrito en líneas cortas, y como prosa, aquello que ocupa el ancho de la página, independiente del “tono” que predomine en el texto.
A menudo, Alejandra desafía, y con éxito, esta separación en géneros, entregándonos una literatura fresca y libertaria, que deja en nosotros la decisión de cómo leerla. Con este texto ella hizo el doble ejercicio: escribirlo como poema y como microcuento. Va como cuento y ustedes podrán armar el poema.
Príncipe azul
No desmontes de tu brioso corcel, ni me tomes en tus brazos, ni roces mis labios con tu boca delicada, porque si te miro de frente con mis ojos de bruja verde, y te beso como se debe, y me sueño todo el cuento entre tus sábanas de Holanda, mucho me temo que desaparezcas.
Y otro cuento breve, que nos habla de la continuidad y la prolongación de la vida en otras formas:
Botánica
Se desangraba en la acera. No habría otra luna para él, ni estrellas, nunca más. No quería dejarse ir, pero la oscuridad se le agrandaba en los ojos.
Su mano tocó la fría masa de acantos que bordeaba el antejardín. El cerebro comenzó a penetrar en el verde hasta el fondo. La savia ululaba entre sus dedos. Los apretó y restregó contra la piel rugosa de la planta. Entonces sucedió: sintió el rocío en la cara como una llovizna de oro en un campo de yuyos. El vientre dejó de doler. Los ojos se acostumbraron a la penumbra, pero ya no eran sus ojos, sino pequeños tentáculos que se arrastraban por la tierra tras el reguero de sangre. En la boca, un sabor amargo y leve de hierba. Tentó sus raíces firmes y agradeció las alas verdes que le nacían de los hombros y se curvaban con la brisa.
Y, finalmente, para cerrar, un poema bellísimo que nos habla de la muerte y el amor, siempre juntos, esa muerte que ya ha tocado a seres tan amados y que ronda invisible por ahí…

SI MUERTE FUERA
Si la palabra MUERTE abrigara un hombre bajo el poncho,
manso de actitudes / dulce de palabras / bello
como los caquis en otoño / que me endulzara la boca
con su áspero sabor a macho en celo;

si MUERTE fuera un muchacho fuerte y juguetón
como un cachorro sin destetar,
que mordiera mis tobillos y me robara la ropa interior,
los zapatos y las medias;

si ese MUERTE que tal vez ya me observa
-centinela del siglo que asoma sus encías inmaduras-
mostrara un rostro de barba negra y cariciosa,
un resuello de varón maduro
y sienes clareando en la penumbra;

entonces sí me gustaría encontrármelo de frente
aunque fuera en un callejón oscuro,
o en la mitad de un verano bajo los árboles de mi casa
en un domingo cualquiera
de esos que nadie halla motivos para recordar.

Me abrazaría entonces al mentado muerte convencida
de que es mi último caballero andante,
el olvidado príncipe azul o un valiente filibustero
que viene a rescatarme / a seducirme
a llevarme consigo
para que por fin juguemos
un último juego
de esperanza.

Gracias por su presencia y un gran aplauso para nuestra querida Alejandra Basualto.






Josefina Muñoz Valenzuela
6 de diciembre de 2018

13.9.18

BOTÁNICA


Se desangraba en la acera. No habría otra luna para él, ni estrellas, nunca más. No quería dejarse ir, pero la oscuridad se le agrandaba en los ojos.
Su mano tocó la fría masa de acantos que bordeaba el antejardín. El cerebro comenzó a penetrar en el verde, hasta el fondo. La savia ululaba entre sus dedos. Los apretó y restregó contra la piel rugosa de la planta. Entonces sucedió: sintió el rocío en la cara como una llovizna de oro en un campo de yuyos. El vientre dejó de doler. Los ojos se acostumbraron a la penumbra, pero ya no eran sus ojos, sino pequeños tentáculos que se arrastraban por la tierra tras el reguero de sangre. En la boca, un sabor amargo y leve de hierba. Tentó sus raíces firmes y agradeció las alas verdes que le nacían de los hombros y se curvaban con la brisa.

2.7.18

ZAPATITO DE CRISTAL

APARECE. DESAPARECE. La noche resfría cabezas y hiela pies en el Santiago semidesierto a esa bora. Apenas las doce. Y aparece de nuevo frente a Ia luz roja. Blanco. Toyota. Renovación Nacional y todo eso parece deslizarse por su hermoso perfil de niñito bien. Profesión tradicional, Universidad Cató1ica -seguro- y un post grado M.I.T. o tal vez Chicago, dependiendo de ciertas condiciones imposibles de averiguar desde el festivo Volkswagen armado en Brasil, con las cuatro mujeres adentro.

La burbuja crece por dentro y por fuera... La mutua compañía y Ia libertad momentánea enardecen los ánimos despejando esas recónditas oscuridades que cada una guarda por separado, para la soledad, para el espejo oculto.

Lo miran de frente, le hacen señas. Él tuerce Ia cabeza entre coqueto y seductor. Luz verde. Dispara el bólido blanco por Providencia bacia la cordillera. El brasileño apura el acelerador en medio de la risotada general. ¡Tú puedes! Hay que cederle el paso a la única micro que amenaza con venirse encima, ¡chofer prepotente, qué apuro, si va casi vacío! Las de atrás golpean el respaldo de 1a conductora. Apura. Apura. Y la luz roja de Manuel Montt, en franca complicidad, mantiene rehén al flamante Toyota recién lavado servicio-completo-semanal-de-servicentro. Mejilla olorosa mira por el espejo retrovisor hasta que el Volkswagen se desliza suavemente para detenerse a su lado. Bajan ventanillas, pero la verde se viene implacable y pitean de atrás las bocinas. Nuevas señas con las manos y los vehículos continúan bacia el oriente, codo a codo. El seductor entra decidido en el juego y mantiene la velocidad bajita, a raya. Los dos autos se mecen juntos como si navegaran por la avenida semivacía. Verde. Verde. Noy hay posibilidad de comunicaci6n, salvo por las miradas y las sonrisas.

Ellas urden estrategias, se envalentonan, sabiendo de antemano que toda la gracia está en el juego, que la línea imperceptible que une aquello con lo sórdido real no puede ser traspasada. Leyes no formuladas regulan todo movimiento y la risa y el viento que les hiela los dientes a través de la ventanilla abierta, son todo lo concreto que pueden percibir en esa medianoche fantasmal de jueves. De esos jueves conquistados a punta de discusiones y promesas: comida hecha, mesa puesta, niños a cargo de la hermana, la tía, la prima o la santa vecina que no logró el permiso y que se conforma con disfrutar de los cuentos compartidos con el café de los viemes por la mañana, todas vociferando y riendo, chacota general en medio del aseo sin hacer y de las ollas que hierven en la cocina, y la santa tiene que recurrir a toda su capacidad de ensoñación para compartir las experiencias de la noche anterior, pues la liberación femenina no llega aún por casa.

Llegan juntos a la luz roja de Manquehue.

-¿A dónde van? -pregunta el Toyota.

-A bailar toda la noche -gritan a coro.

-Si quieren, las acompaño -sugiere él, como invitando, pero con la certeza de que va directo a casita, donde la sagrada familia espera, la sopa en el microondas, o el sandwich listo para apretar el botón y luego acostarse a ver las noticias de trasnoche antes de dormir.

Ellas saben todo eso. Imaginan el portero electrónico y el garaje para dos, donde el espacio vacío espera a su dueño, y la dueña de todo espera a su vez, etemamente despierta, junto al espacio vacío de la gran cama doble.

De nuevo la luz verde los empuja y avanzan lado a lado hasta el cruce de Apoquindo. El juego parece llegar a su fin. Pero cada una ha soñado una historia diferente' pasando por encima de los hoyos negros, de la definitive realidad de los pañales estilando sobre la tina del baño, de las cuentas atrasadas del teléfono, de las goteras que florecen en el cielorraso con las primeras lluvias, de la rutina que se acuesta en el mejor lado de la cama y espera impaciente la cena.

En la esquina, él señaliza a la derecha y con la más encantadora sonrisa se despide rumbo a Los Domínicos. Ellas siguen derecho. Unos metros más. Las risas poco a poco disminuyen. Hacen las últimas señas de despedida y le soplan besos, aunque ya no alcancen a divisar sus luces rojas. Luego, en tácito acuerdo, dan la vuelta y comienzan a bajar rumbo a Nuñoa, a las pareadas viviendas de pasaje. La noche libre ha terminado. Hay que llegar a lustrar zapatos escolares, repartir besos de buenas noches y sacarse definitivamente los trajes de Cenicientas que transgredieron la medianoche.

Zapatito de cristal no dejaron ninguno.













































2.4.18

EL ANGELITO



Bienaventurado /
El que en un altar hizo su nido / y voló bajo;
Alfonso Alcalde


La madre sombreaba por los cuartos
con su silencio encorsetado,
los ojos apenas vivos para mirar
la carrera final de su angelito.

Blancos faldones, alas plateadas,
de pie / con la rigidez de las muñecas antiguas
el niño muerto me miraba.

El padre pegaba monedas en su frente
sin secarse el sudor ni aflojar la pena.

Alguien cortó un cardenal rojo del jardín
y se lo puso al finadito en la boca
pero él ya no podía agarrarlo con sus dientes.

Quise tocar sus pies / mi madre me detuvo.
Entonces supe que el niño ya no estaba
con su cuerpo de niño, ni sus gritos
ni sus risas, ni sus llantos.

En su lugar habíase instalado un ángel de veras
para consolar a padres y hermanitos.
En su honor sollozaban las lloronas
vestidas de negro riguroso / en el patio
los tíos martillaban unas tablas
para armar un cajoncito blanco.
Cuando comenzó la fiesta mamá dijo
que mejor volviéramos a casa.

Al día siguiente desde mi ventana
vi marchar al padre con su bultito
como si llevara un quintal de harina
atormentándole los hombros.
Detrás / la comitiva a paso lento
como si todos fueran
abandonando el pueblo.



19.2.18

MEDIANOCHE

MEDIANOCHE



La medianoche dormita
entre viajeros enlutados
y las calles escapan a ciegas.
La luna es una rueda
que insegura ante el ojo desemboca
y nuestros cuerpos avanzan
extrañamente pálidos.
Mi sueño es un cielo sin cerrojos
y el hilo que sujeta los sonidos
se deshace.
Vacilo ante multitud de puertas agotadas
de no morir siquiera un poco
y me dirijo a las ventanas.
Una mujer de yeso
asoma su impúdica mirada
y no responde.
Y sé que me voy destiñendo
en esta orilla extranjera
donde todos llevan máscaras.
Y la noche corre conmigo
con la prisa de no llegar.