Bienaventurado /
El que en un altar hizo su
nido / y voló bajo;
Alfonso
Alcalde
La madre sombreaba por los
cuartos
con su silencio encorsetado,
los ojos apenas vivos para
mirar
la carrera final de su
angelito.
Blancos faldones, alas
plateadas,
de pie / con la rigidez de las
muñecas antiguas
el niño muerto me miraba.
El padre pegaba monedas en su
frente
sin secarse el sudor ni
aflojar la pena.
Alguien cortó un cardenal rojo
del jardín
y se lo puso al finadito en la
boca
pero él ya no podía agarrarlo
con sus dientes.
Quise tocar sus pies / mi
madre me detuvo.
Entonces supe que el niño ya
no estaba
con su cuerpo de niño, ni sus
gritos
ni sus risas, ni sus llantos.
En su lugar habíase instalado
un ángel de veras
para consolar a padres y
hermanitos.
En su honor sollozaban las
lloronas
vestidas de negro riguroso /
en el patio
los tíos martillaban unas
tablas
para armar un cajoncito
blanco.
Cuando comenzó la fiesta mamá
dijo
que mejor volviéramos a casa.
Al día siguiente desde mi
ventana
vi marchar al padre con su
bultito
como si llevara un quintal de
harina
atormentándole los hombros.
Detrás / la comitiva a paso
lento
como si todos fueran
abandonando el pueblo.
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